Por: El Cronista
Estamos en un mundo pequeño, y en él, las relaciones son estratégicas, al igual que mantener una buena reputación. Es por eso por lo que, a la hora de decidir renunciar a un alto cargo -por ejemplo, como gerente de una empresa, un puesto relevante en el mundo público o una posición en la que has trabajado con mucho esfuerzo y entrega-, es indispensable diseñar una
estrategia acorde con el objetivo de quien abandona ese proyecto, al igual que la de la empresa, por más difíciles que sean las circunstancias.
Además de la negociación económica en los mejores términos posibles, incluso cuando estás “en caliente”, es fundamental que consideres varios aspectos:
– No se puede renunciar e irse. Cuanto más alto es el cargo, mayor es la responsabilidad.
– Planificar la salida tanto como sea factible. Esto implica preparar los documentos para quien le suceda, comunicar internamente la decisión al grupo chico cotidiano y planificar la estrategia comunicacional externa; los ajustes en tus redes sociales y actualizar tus perfiles profesionales.
– Decidir el momento. Por más acuciante que sea el problema con el que el ejecutivo esté lidiando, es conveniente estudiar el momento conveniente. La única excepción sería un motivo grave de salud que haga insostenible la situación, o un caso de corrupción -donde lo esperable sería que, ante la menor sospecha- la persona renuncie sin que se lo pidan, cosa poco frecuente en Iberoamérica.
– Si la organización lo permite, proponer estrategias de salida. Plantear varios escenarios; y en muchas empresas, incluso, se solicitan algunos nombres propuestos.
– Ser consistente en la comunicación externa e interna. El silencio no es una opción. Es necesario que se planifique también este aspecto, porque, de todas formas, interna y externamente se hablará al respecto. Al menos, que se incluya la versión oficial de quien renuncia.
– Hacer concordante el texto de renuncia con la comunicación oficial de la empresa u organismo. Muchos problemas devienen de que lo que dicen las partes es contrapuesto, y esto afecta la reputación, sobre todo del que sale del puesto.
– Protocolo a seguir una vez definido el momento. Reunir a todo el equipo, agradecer, reconocer, y plantear claramente los motivos por los que se retira la persona. No hace falta ahondar en muchos detalles.
– Llevar tranquilidad mostrando los dos o tres próximos pasos que se hayan acordado. Esto es fundamental para aquietar el clima enrarecido que -inevitablemente- se va a dar tanto dentro como fuera de la empresa.
– Evitar utilizar fórmulas gastadas y poco creíbles como “asumir nuevos desafíos profesionales”, “he cumplido un ciclo”: en todo caso, que eso lo digan los demás y/o lo corroboren los hechos en el futuro. Es preferible ser sincero y honesto.
– Disponerse a ayudar en el cambio. Este es un gesto pocas veces visto, ya que por lo general el ejecutivo llega en tal situación de desgaste que lo que menos quiere es seguir involucrado. Sin embargo, mostrar su disposición para ayudar en la continuidad de la gestión es algo sumamente valorado dentro y fuera de la organización.
– No transformar la salida en un reality show. A mayor claridad en la comunicación, menos desvíos y más consistencia e integridad en lo que se transmite.
– Evitar volver al pasado para remarcar desacuerdos. La salida de un ejecutivo o alguien en posición estratégica tiene seguramente situaciones de tensión, y parte de eso puede haber provocado la salida. Este no es el momento de recapitular.
– Si se elige dar un paso al costado por diferencias de criterios sobre temas coyunturales, manejos, decisiones inconsultas, etc.: expresarlo dentro del texto de renuncia y, en lo posible, en el documento consensuado de comunicación oficial. Las empresas son renuentes a hacerlo, aunque vale la pena intentarlo. Por ejemplo: “Más allá de las diferencias de criterios, tengo la certeza de que éstas me han fortalecido y han aportado experiencia en mi desempeño profesional”.