Por: Financial Times
La competencia por fichar abogados que empiezan su carrera en los despachos ofreciéndoles un salario inicial de US$ 200.000 nada más salir de la facultad es elevada en épocas de bonanza. No obstante, en la actualidad, no atravesamos tiempos de bonanza.
Sin embargo, la búsqueda de los bufetes estadounidenses de más personal para poder hacer frente al boom de acuerdos mercantiles que se está experimentando en la última fase de la pandemia no es sólo un tema de conversación para las élites de Wall Street, o un imán para la indignación de los defensores de la igualdad. Tiene implicaciones tanto para los bufetes de abogados del Magic Circle de Londres como para la calidad de las transacciones, y de vida, de las personas que las ejecutan.
En junio, Milbank, una elitista firma estadounidense, fijó un nuevo tope salarial de US$ 200.000 para los asociados de primer año. Su rival Davis Polk & Wardwell lo superó de inmediato, y Milbank y otras firmas del sector legal igualaron hasta la oferta más alta.
Algunos despachos, incluso, están pagando primas de incorporación, derivación y retención, que pueden llegar a los US$ 250.000 para los abogados que ni han finalizado la carrera.
Bruce MacEwen de Adam Smith Esq, consultora de gestión de bufetes, compara las primas con una “paga de combate. En proporción a los ingresos producidos o dividido por las muchas horas trabajadas que las firmas esperan de las nuevas incorporaciones, los sueldos no son ni irracionales ni particularmente obscenos, al menos para los estándares de los profesionales de Wall Street o de la City”, aclara el experto.
La promoción de Derecho de 2022, a la que le queda un año de estudios por delante, ya está recibiendo ofertas de empleadores. Un estudiante estadounidense que ha decidido no decantarse por el derecho de los negocios calcula que al menos dos tercios de su clase sí lo harán. “El dinero ciega, otros amigos lo están haciendo, y muchos de sus profesores siguieron la misma ruta”, explica el joven.
Si estudian en una de las más prestigiosas universidades, las firmas acuden a los campus a entrevistarles y relajan el estrés del último año de estudios con un empleo garantizado. El salario, además, se destinará en cierto modo a pagar la deuda estudiantil o comprar una primera casa.
Los estudiantes saben que tendrán que trabajar más de lo que lo han hecho jamás, pero planean dejarlo una vez que alcancen ese objetivo. Asumiendo, claro está, que sean capaces o estén dispuestos a despojarse de sus grilletes de oro.
“Es un pacto trampa”, asegura MacEwen, y no sólo por el duro horario que se espera que cumplan los nuevos abogados. Cuando la actividad disminuya, los socios tratarán de reducir costes fijos deshaciéndose de personal junior con altos salarios.
Este problema también está presente en las disposiciones que hacen las propias empresas. “Todos los que realizan fusiones y adquisiciones trabajan a toda máquina, y todo se hace en grandes volúmenes, con mucha velocidad, como si el mañana no existiera”, asegura Dana Denis-Smith, fundadora de Obelisk Support, compañía que ofrece servicios jurídicos a firmas de primer nivel.
Algunos acuerdos que normalmente se prolongarían tres meses se completan en tres semanas, lo que aumenta el riesgo de agotamiento y de costosos errores. El teletrabajo, que elimina la camaradería que compensa parte de la presión, provoca más bajas y mayores costes de retención. Parece más un círculo vicioso que un círculo mágico.
Los veteranos señalan que la situación siempre ha sido así en el caso de los abogados de grandes bufetes. Las recompensas para los que siguen son mayores que nunca. En Reino Unido, los socios de firmas legales como Clifford Chance y Allen & Overy han cobrado una media de casi 2 millones de libras (2,3 millones de euros) en el último año gracias a la inmensa actividad de fusiones y ofertas públicas de valores. No es de extrañar que no les importe subir los salarios de los contratados para competir con los bufetes estadounidenses.
Pero la cantidad de ambiciosos jóvenes abogados que se limitan a preguntar “¿dónde firmo?”, con independencia de la carga de trabajo, puede estar disminuyendo. Según Denis-Smith, este exigente régimen laboral está expulsando a las mujeres de los grandes despachos, y en algunos casos directamente de la profesión.
¿Qué podría romper este ciclo? La automatización podría eliminar parte del trabajo monótono, pero no todas las firmas están tan avanzadas como deberían.
También podría ayudar que los clientes de los propios despachos cumpliesen lo que predican incesantemente en relación a la conciliación de la vida laboral y familiar a la hora de dotar de personal a los acuerdos que quieren cerrar.
Sin embargo, una encuesta realizada por Thomson Reuters para sus clientes muestra que el 61% de los abogados estadounidenses cree que deben estar disponibles en cualquier momento. En cuanto a la limitación del contacto fuera del horario laboral, sólo el 37% se siente capaz de discutir esta posibilidad con todos o la mayoría de los clientes.
“El foco de los clientes estadounidenses ha sido: cerrar el maldito acuerdo en lugar del coste de hacerlo”, explica Tony Williams, ex socio gerente de Clifford Chance y actualmente directivo de la consultora Jomati.
MacEwen sugiere pagar más a los asociados sénior, los “tenientes de pelotón” que aportan tres o más años de experiencia a las operaciones. Cuando la marea actual de fusiones y adquisiciones disminuya, las firmas también podrían considerar la posibilidad de ampliar los incentivos para incluir la formación y el desarrollo en los negocios y las finanzas. Eso prepararía a los asociados para carreras más largas y cimentaría su afinidad con su antiguo bufete si lo abandonan.
En otras palabras, en lugar de torturar la vieja ecuación de las horas facturables, los honorarios de los clientes y la remuneración, los líderes de los despachos de abogados deben aplicar una visión a más largo plazo. Algunos lo están haciendo, pero yo no tengo grandes esperanzas. Después de todo, los estudiantes no son los únicos que se dejan cegar fácilmente por el dinero.